Las
emociones aflictivas son nuestro principal enemigo y la fuente de sufrimiento.
En el momento que éstas invaden nuestra mente, destruyen nuestra paz psíquica,
a veces nuestra salud e incluso nuestras relaciones con los demás.
Todas
las acciones negativas como matar, intimidar, engañar, etc., son producto de
emociones aflictivas. Éstas son, por tanto, nuestro auténtico enemigo.
Un
enemigo externo puede ser perjudicial en el presente pero quizás útil en el
futuro, mientras que un enemigo interior es sistemáticamente destructivo porque
siempre está en nosotros, lo que le convierte en un verdadero peligro.
Cuando
en 1959, China invade al Tibet, huir del allá fue una posibilidad física. Y así
lo hicieron. Sin embargo, vaya a donde vaya mi enemigo interior me persigue. El
enemigo interior sigue presente en cada momento, incluso mientras se medita.
En
definitiva, la clave es reconocer que el destructor de nuestra felicidad está
siempre en nosotros mismos.
¿Qué
podemos hacer al respecto? Si luchar contra este enemigo y eliminarlo es
imposible, lo mejor es olvidarse del camino espiritual y entregarse al alcohol,
al sexo y demás evasiones. Sin embargo, si cabe la posibilidad de erradicarlo,
debemos equilibrar las fuerzas de las partes que constituyen nuestra naturaleza
humana, cuerpo, mente y buen corazón, para lograr reducirlo totalmente. Éste es,
precisamente, la verdadera razón por la que en la doctrina de Buda la vida
humana es considerada tan valiosa. Sólo esta forma de existencia permite al ser
humano entrenar y transformar su mente a través de la virtud de la inteligencia
y el razonamiento.
¡Feliz
martes!
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